HONOR AL QUE HONOR SE MERECE
Soy enemigo de los halagos y las lisonjas, cuantos me conocen saben bien que digo la verdad, también sé que las personas después de muertas son las mejores del mundo y aún sus peores detractores en vida no resisten la tentación de echarles algunas flores. Pero después de cuatro años de su eterna partida sólo alcanzo a trazar unas cuantas líneas de un esbozo torpe, para quien en realidad fue el maestro José Molina en toda su magnitud.
La primera vez que lo vi en los pasillos de la UNAN, allá por el año 1996, me pareció uno de aquellos anarquistas de principio de siglo, con su barba hirsuta y su boina a lo vasco. Supe después, en una conferencia que él mismo organizó para los alumnos de la incipiente carrera de Filología y Comunicación en el sala de medios del Departamento de Español, P101, carrera de la cual fue un devoto apasionado hasta los últimos días de su vida, que se llamaba Chepe Molina, así de seco y de sencillo, José Molina, a pesar de su aguda inteligencia natural, de sus vastos conocimientos sobre Comunicación y cultura general y de sus innumerables títulos obtenidos tanto en universidades nacionales como extranjeras, nunca fue amigo de la ostentación y el protagonismo.
Detrás de su rostro severo y su caminado marcial se escondía unas de las almas más generosas y desinteresadas que he conocido. Creía en la revolución permanente y por eso se alejó cuanto pudo de los círculos de poder, a los cuales ridiculizaba con un profundo conocimiento de causa. Siempre se encontraba rodeado de jóvenes rebeldes, quienes lo respetaban y casi reverenciaban y bebíamos guaro con él.
Fue el blanco por esa manera de ser muy suya de muchas críticas, acusado de borracho y de irresponsable y de otras cosas más. Pero él se mantuvo sereno, impertérrito en una posición que él escogió como trinchera para luchar contra el poder, la doble moral y la hipocresía. Jamás aceptó regalos y prebendas de quienes ostentaban algún poder, por pequeño que fuera, se fue sin deberle nada a quienes cobran caro esos favores.
Su vida fue un ejemplo de honradez y de moral, no de la moral de los que tiran la piedra y esconden la mano, sino de moral revolucionaria y justicia social. Era capaz, a pesar de su raquítico salario, de colaborar con los estudiantes de escasos, recursos, entre los cuales me encontraba yo, recuerdo aquella pregunta con su hablar apresurado ¿Cómo andás de reales?, a lo cual se le respondía con un simple encoger de hombres, y él sin lástima alguna nos invitaba a comer y hasta nos prestaba para el pasaje, préstamos que casi nunca se devolvían.
El aporte más grande del maestro Molina a la carrera fue definir su identidad, identidad que se la debemos en gran parte a él. Porque si bien es cierto que la carrera nació bajo la dirección del Departamento de Español, fue a la llegada del profesor Molina que la carrera empezó perfilarse como carrera de comunicación y los primeros espacios en los medios para los nuevos comunicadores fueron abierto por él, quien sin recibir ningún pago y a veces poniendo él de lo que no tenía, se movilizaba con los estudiantes para ubicarlos. Muchos de esos estudiantes hoy son reconocidos periodistas y profesionales de la comunicación.
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