martes, 10 de febrero de 2009

A FONDO 3ed

Por Freddy Quezada



Es un hecho: hay una repolarización en los medios de comunicación en Nicaragua. Estos son los momentos en que las universidades deben aprovechar para presentar salidas sensatas e incluyentes y colaborar en disminuir las tensiones. Aquí presentamos tres reglas del periodismo en general y del escrito en particular. No son las clásicas recomendaciones gramaticales y éticas que ya son lugares comunes. Se trata de reglas epistémicas, donde la verdad no es la resultante de una sumatoria de verdades relativas, ni una sinergia más allá de su suma, sino un sencillo efecto de poder.

1. Dudar de todas las fuentes. Este es un principio que no debe alarmar a nadie. Es el mismo de Descartes, Hume, Marx y de cualquier disciplina moderna que comprenda metodología de la investigación en su seno. Omnia dubitandum. Si yo fuera más radical la ampliaría a “desconfiar de todas la fuentes”. Aunque tal atrevimiento nos lleva directo a la pregunta autorreferente que disolvería en sí misma la pregunta librada a su propio peso: ¿si debo desconfiar de todos los puntos de vista, puedo desconfiar del mío? Esta regla la llamaremos duda epistémica, para diferenciarla de la duda metódica descartiana, la escéptica de Hume y la revolucionaria de Marx.


2. Incluir el máximo número de puntos de vista. Deben incluirse no sólo puntos de vistas cualesquiera sino, en especial, los opositores al dominante y al de uno mismo. No hay que buscar ningún punto medio, ni ningún equilibrio precario que, por efecto de la complejidad social, podría terminar en los lugares más inimaginables, como demostró Illya Prigogyne. Entre mayor sea el número de visiones, mejor será la calidad de la información. Debemos saber, sin embargo que, en los medios es casi imposible hacerlo, por el tiempo en que se deben publicar los puntos de vista. Incluir el mayor número puede retrasar la salida de un periódico, romper el tiempo televisivo destinado a un programa, consumir por una de las secciones todo el espacio radial de las demás, o en fin, desactualizar un tema. Y aquí no sólo tiene que ver el hecho de ganar en profundidad lo que perdemos en cobertura, o viceversa, sino el poder de imponer agendas de los dueños de los medios si son privados, o la línea política del partido gobernante, si son públicos. Esta regla la llamaremos, con todo, la democrática.


3. Luchar contra nuestro propio punto de vista. Esta es la regla más dolorosa que, sin embargo, cuenta con cierta belleza trágica, dado que la mayor parte de los periodistas la pierde, al sucumbir ante el poder de los agentes privados o públicos a los que sirve. Casi siempre, no obstante, se desarrollan juegos estratégicos entre subalternos y hegemónicos; entre periodistas, dueños de medios y políticos, donde todos se engañan, simulan, retroceden, se hacen los ofendidos, lloran, amenazan, adulan, se arrepienten, redoblan su agresividad, obedecen, sonríen, calumnian en voz baja, etc. Todo esto tiene que ver de modo directo con la objetividad, un principio exportado desde las ciencias naturales a las ciencias sociales. La objetividad, sin embargo, no existe. Los fenómenos sociales no se pueden explicar, sólo comprender. Lo que hay en las sociedades son intersubjertividades que se imponen unas a otras, según el poder del que nos narra las historias. De todas las reglas, quizás esta sea la más importante, porque en derrotar nuestro punto de vista -- incluso desde un “punto cero” de observación, como si no existiera un sitio (dónde) y una biografía (quién) desde el que lo hacemos --, estará nuestro triunfo. El Tao decía que no hay dominio más grande que el de vencerse a uno mismo y ni mayor éxito que vencer sin combatir.


Así, pues, las tres reglas se reducen a obrar con unos fundamentos de desconfianza epistémicos; a incluir el mayor número de sectores y a batallar contra nuestras propias certezas. A dudar, a incluir y a luchar contra uno mismo.

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