Diriangén
Por cascos sus cabellos
su pecho por coraza
R.D
Agreste Diriangén, bravo aborigen,
tu nombre más que un grito de batalla
es la proclama del hombre que ansía libertad.
La sangre que tu lanza derramó no fue crimen.
Tu voz cual rugido de metralla
vibraba con sagrada ansiedad.
El eco de tu grito no es de guerra,
es el grito del águila en la cumbre,
el balido del toro en la llanura
y la voz de los dioses de tu tierra.
Tus ojos centellaban viva lumbre
que el rayo del odio desfigura.
Agreste Diriangén, raro espécimen,
tu planta descalza holló la muerte,
tu pecho desnudo desafió al acero.
¿Dónde encontrar tu ancestral origen
sino en la forma de la roca inerte
que sirve al sacrificio de matadero?
Heriste como lo hace el gallo en redondel,
mataste como en la arena lo hace el toro,
la sangre derramada por tu maza
es la sangre que derrama la fiera acorralada
en sagrada defensa de la vida.
Jamás tu frente se inclinó penosa,
el yugo nunca doblegó tu nuca
y erguiste siempre tu cerviz airosa.
Las tierras que en Diriamba tú pisaste,
fecundas como madre campesina,
hoy rinden tributo a tu grandeza,
que le temió más que al cráter encendido
a la afrenta y a la ignominia del esclavo.
Aquel tu impulso rudo y temerario
está lejos de ser suicida o mercenario.
Ofrendaste tu cuerpo a la montaña incandescente
y no lo ofreciste medroso a los tiranos.
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