Por Cecilia Ríos
Estudiante de Filología y Comunicación
El Sur: viaje anacrónico por una identidad
El cuento el Sur de Jorge Luis Borges, uno de los más logrados de toda su obra según múltiples críticos, puede ser interpretado como una narración que sondea las raíces del ser argentino, favoreciendo un pasado mítico: el de la figura legendaria del valeroso gaucho, que con el tiempo se fue transformando en un arquetipo de los valores que engloba la identidad argentina.
Desde el inicio del relato, Borges nos presenta los orígenes de Juan Dahlmann, un típico argentino por cuyas venas se entremezclan sangre criolla con germánica, un hecho propio de un país de inmigrantes que desde el siglo XIX recibió una gran oleada de europeos que llegarían a poblar y “civilizar” las tierras de ese país.
Juan Dahlmann “se sentía hondamente argentino” y talvez a impulsos de su ascendencia alemana, cuna del romanticismo, en la discordia de sus dos linajes prefiere a la de su abuelo materno, un criollo lanceado en la frontera de Buenos Aires por indios de Catriel y por lo tanto antepasado con una muerte un tanto heroica y romántica.
Con un lenguaje lacónico Borges nos presenta dos realidades alternas; una correspondiente a la monótona vida citadina de Dahlmann que y otra que responde a un estado anacrónico dónde sobreviven reminiscencias de la vida de antaño que el autor traza como sólo posible en el sur.
Luego de ser tratado por una septicemia, Juan Dahlmann emprende un viaje para convalecer en una estancia que poseía en el sur. Esta travesía puede ser interpretada de la forma lineal con que se expone en el cuento o como un sueño delirante sobre la muerte ideal que anhela el protagonista en correspondencia con su conciencia identitaria, pues ahí encontrará su destino de criollo, de gaucho, en lugar de un final absurdo y penoso en un sanatorio que lo relaciona con le mismo infierno. “Sintió al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado”.
Sin importar la lectura que se dé a este relato, la travesía de Dahlmann se convierte en un encuentro con su origen que tanto admira. En la medida en que desciende en el Sur, va viviendo una especie de catarsis, de refundición con la estirpe gaucha.
Desde que se pisa territorio sureño, se percibe un mundo distinto rodeado de un aura única fuera de tiempo. “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme”.
En esta zona aparentemente ajena al paso de los años Dahlmann se encuentra con personajes- arquetipos de la vida tradicional argentina. Tal es el caso del legendario gaucho: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur”.
Borges hace referencia a la figura romántica del gaucho, como hombre independiente, solitario y rudo, pero leal y sabio, del que existe toda una axiología caracterizada por los valores de valentía, justicia y hospitalidad. Así Dahlmann tiene una percepción heroica de estos personajes que se contrapone con la de los compadritos que halla en el almacén del sur, quienes vienen a ser el gaucho que perdió su moral por el contacto con la ciudad, la industrialización y los avatares del capitalismo. Finamente en el lance en que se involucra el protagonista con uno de los compadritos, cuando ya asume en la práctica el código de honor gauchesco, se percibe un enfrentamiento entre esos dos paradigmas.
Asimismo, se logra reconocer que el personaje central aprecia todo el mundo argentino y en especial el sureño desde una perspectiva más idealista y subjetiva en lugar de positivista. “su conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario”, nos dice Borges. La cosmovisión de Juan Dahlmann está mediada por elementos emblemáticos que construye un sentido de pertenencia y orgullo: “Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso”.
El escritor desarrolla magistralmente su obra bajo la premisa que las identidades nacional y cultural están sustentadas por constructos ideológicos que con el pasar de los años adquieren matices maravillosos, simbólicos que nada tienen que ver con la fría realidad. Hablamos de un imaginario fascinante que encumbra ciertos elementos y formas de vida cuya existencia rigurosa sólo tiene cabida en la mente romántica de un pueblo.
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